ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. La Ascensión del Señor

Ya hace muchos días, que venimos escuchando, en la Santa Misa, textos de la Última Cena. Es la verdadera despedida del Señor, a la hora de volver al Padre. Porque Jesús se va a entregar a su Pasión. Y, después de su Resurrección, ya no está con los discípulos como antes, sino que se les va apareciendo, “durante cuarenta días, para hablarles del Reino de Dios”, nos dice la primera lectura de hoy.

Hemos venido comentando distintas cosas de aquella Cena memorable. De todas formas, Jesús quiso tener otra despedida, en el momento mismo en que se iba definitiva-mente al Cielo. Nos lo enseña el Evangelio. El libro de los Hechos nos dice que “lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista”.

¡Qué hermosa es esta solemnidad de la Ascensión! Cuántas cosas nos dice, nos grita, a nosotros, que vivimos, tantas veces, “encandilados” por las cosas de la tierra, y un tanto olvidados de las realidades del Cielo, que deben iluminar y guiar nuestra peregrinación terrena.

Modernamente, se habla de la necesidad de cuidar, en nuestras Islas, la iluminación de las ciudades por la noche, no sea que se impida observar el cielo, con esos potentes instrumentos que tienen en el Astrofísico del Teide y en La Palma. ¡De eso se trata también aquí! ¡De que las cosas de la tierra no nos dificulten o nos impidan mirar al Cielo!

La segunda lectura es una oración de S. Pablo. En ella pide al Señor que ilumine los ojos de nuestro corazón, para que comprendamos “cuál es la esperanza a la que nos llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál es la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos…”

Pero Jesús, antes de subir al Cielo, les dice a los discípulos: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la Creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado”. Lo escuchamos en la Liturgia de este día.

Y un poco más adelante dice: “Ellos fueron por todas partes, y el Señor actuaba con ellos, y confirmaba la Palabra, con los signos que les acompañaban”.

¡Y de esta forma, termina el Evangelio de S. Marcos, el evangelista de este año B!

“Ellos fueron…” nos dice el Evangelio. Así, muy pronto se extiende la Buena Noticia de la salvación hasta los confines del mundo entonces conocido. Todavía se conserva en España el término “Finisterre”, fin de la tierra.

“Ellos fueron…” ¡He ahí la cuestión fundamental! Porque el Señor no deja de “actuar y confirmar la Palabra”, pero hace falta dar el primer paso: “ir”. Y si no a los confines de la tierra, por lo menos, a la habitación del niño, antes de descansar, para ayudarle a rezar y hablarle algo de Dios, o a la vecina, que no va sino a las misas de difuntos, o al otro, que no se quiere confirmar, o a… ¡Y es que queda tanto por hacer...!

“Ellos fueron”. ¡Pero son muchos los que no han ido! ¡Son muchos los que no van!

Si hay algo claro en nuestro tiempo, es que necesitamos de una “Nueva Evangeliza-ción”. Y por eso y para eso, imploramos estos días el Don del Espíritu Santo. En efecto, es costumbre de la piedad cristiana, que los días que van de la Ascensión a Pentecostés, se conviertan en un tiempo de oración y de preparación para celebrar Pentecostés, la Venida del Espíritu Santo.

¡Él es el agente principal e imprescindible de toda la vida y actividad de la Iglesia, mientras aguardamos la Venida Gloriosa del Señor!

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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