ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo de Pentecostés

En el Evangelio de la Vigilia de esta gran solemnidad, leemos que Jesús estaba enseñando en el templo, y, en pie, gritaba: “El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva”. Y S. Juan comenta: “Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en Él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado” (Jn 7, 37-40).

Jesucristo, por su Muerte y Resurrección, realiza la salvación del mundo, nos obtiene del Padre el Don de su Espíritu, y purifica la tierra entera, para que el Espíritu de la santificación pueda entrar en ella a realizar su obra. Por eso dijo Jesús a sus discípulos: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré” (Jn 16, 7).

Y Cristo Resucitado se convierte en el Dador del Espíritu. El Evangelio de hoy nos dice que, el mismo día de la Resurrección, al atardecer, Jesús entra en el Cenáculo y, exhalando su aliento sobre los discípulos, les dice: “Recibid el Espíritu Santo”.

Es como si tuviera prisa por dar el Espíritu a los suyos. Y antes de subir al Cielo, les advierte: “No os alejéis de Jerusalén; aguardad la promesa del Padre, de la que os he hablado”(Hch 1, 4). Y también: “Cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo”(Hch 1, 8). ¡Y el Libro de los Hechos se estructura como el cumplimiento de estas palabras del Señor!

La primera lectura nos narra el acontecimiento de Pentecostés y la transformación de los apóstoles, por la acción del Espíritu Santo. San Pedro lo interpreta como el cumplimiento de la Profecía de Joel: “Derramaré mi espíritu sobre toda carne: profetizarán vuestros hijos e hijas, vuestros ancianos soñarán sueños y vuestros jóvenes verán visiones” (Hch 2, 17).

Los apóstoles, además, recibieron del Señor la misión de dar su Espíritu a todos. ¡Y cuánto interés mostraban en hacerlo, como constatamos en el mismo Libro de Los Hechos!

El Espíritu del Señor viene a nosotros en dos sacramentos: En el Bautismo, de un modo inicial, y en la Confirmación, de un modo pleno. El obispo, en efecto, dice al que se confirma: “N. recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo”. Y el confirmando responde: Amén.

Y es importante renovar y revivir el Don del Espíritu que, un día recibimos, y que habita en nosotros. ¡Hoy es un día apropiado para hacerlo!

¡También podemos recibir el Espíritu del Señor cuando lo invocamos!

Es preocupante la crisis del Sacramento de la Confirmación. En un futuro inmediato, tendremos unas comunidades cristianas en las que, la mayoría de sus miembros, carecerá del Don del Espíritu Divino, en su plenitud, que se recibe en este sacramento. Y ya sabemos que recibir el Espíritu Santo es algo muy importante y necesario. Mientras tanto, no somos cristianos del todo, porque éste es un sacramento de Iniciación Cristiana, es decir, de los tres, que nos constituyen como cristianos.

Como dice la segunda lectura, ¡sin el Espíritu Santo no podemos decir ni hacer nada en el orden sobrenatural! ¡Ni siquiera podemos decir lo fundamental: “Jesús es Señor!”

En la Secuencia le decimos al Espíritu Santo: “Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento”.

Y San Pablo escribía: “El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo” (Rom. 8, 9).

Por todo ello, en la oración colecta de este domingo, decimos al Señor: “Y no dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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