ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 6º de Pascua B

“Permaneced en mi amor”. ¡Es el encargo del Señor en su despedida! Lo escuchamos y meditamos el domingo pasado.

Y el amor tiene sus normas, sus leyes; por eso continúa diciendo: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”.

Nos ha puesto “el listón” muy alto el Señor: “Como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”.

¡Cuánto se habla de amor! ¡Pero se entiende de modo tan diverso por unos y otros!

Dicen que los primeros cristianos, cuando tuvieron que buscar una palabra que tradujera lo que es el amor cristiano, se encontrarnos con varios términos, y escogieron uno, que se usaba muy poco en el lenguaje común: “agapé”, amor de donación.

Recuerdo que en los libros en latín, que usábamos en el Seminario Mayor, había, al principio de cada tema, esta expresión: “Explicatio terminorum”. De esta forma, se trataba de precisar el sentido de cada palabra, de cada concepto.

Me parece que, en nuestra época, sería también necesario hacer algo parecido. Por ejemplo, con la palabra “amor”. De hecho, el Papa Benedicto XVI hizo algo de eso, al comienzo de su primera Encíclica: “Deus Charitas est”.

Creo que el Apóstol S. Juan nos da la clave cuando escribe: “En esto hemos conocido el amor: En que Él dio su vida por nosotros”. Y añade: “También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos”. (1 Jn 3, 16). Y también: “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”. Lo escuchamos este domingo en la segunda lectura.

Y esto no es cosa sólo para los cristianos o, incluso, para algunos cristianos un poco más “cultivados”, sino que vale también para toda persona que busque el verdadero amor.

Por tanto, todo cristiano, más aún, todo hombre o mujer, puede decir o gritar: “¡Lo hemos encontrado!” Sí, ¡hemos encontrado el verdadero amor! ¡Es el amor que consiste en dar, hasta la vida!” Dice S. Juan: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él” (1 Jn 4,16). ¡Es el amor que se representa y se vive en el matrimonio cristiano!

Y si tenemos que dar la vida, ¿qué importa dar esto ahora y aquello, después?

Todo esto puede llevarnos a planteamientos muy exigentes. Es el camino que conduce a las “virtudes heroicas”, que practicaron los santos.


En este tiempo de Pascua contemplamos a Cristo Resucitado como el prototipo del amor auténtico, del verdadero amor: ¡Él ha entregado su vida por nosotros y ha resucitado para ayudarnos a comprender que “el amor siempre triunfa!”

No es, por tanto, cuestión de palabras, de sentimientos o vivencias, que también importan. Se trata de algo mucho más grande: El amor de donación, el amor que busca el bien del otro. Y este amor “ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom, 5, 5).

¡El amor, es por tanto, algo que viene de Dios, algo divino!

Y no hay alegría más grande que la de amar y sentirse amado. ¡Aquí radica la felicidad! Y nos dice el Señor que nos ha hablado de esto “para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud”.

Es la verdadera alegría, que se vuelve intensa y desbordante, especialmente, en este Tiempo de Pascua.

Me gusta repetir lo que decía S. Ignacio de Loyola en el Libro de Los Ejercicios Espirituales: “No el mucho saber es lo que harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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