El Domingo de Ramos, de tanto arraigo entre nosotros, es el pórtico de la Semana Santa. ¡Cuántas gracias debemos dar al Señor, que nos concede el don inmenso de celebrar un año más, los días de la Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo Jesucristo, que culminan en la Pascua!
No sé si habrá en el mundo una fiesta que se celebre tanto: 40 días de preparación, la Cuaresma, y 50 de celebración, La Pascua y el Tiempo Pascual. ¡Así es la fiesta principal de los cristianos!
Y ya sabemos que una fiesta que no se prepara, o no se celebra, o sale mal. Por eso, habrá personas que, en esta Semana Santa, lamenten que el clima espiritual no es muy grande, que debería haber más gente en las celebraciones, que la participación tendría que ser mayor, que el compromiso de vida y el testimonio cristiano son un tanto débiles… Es normal, porque mucha gente no ha celebrado la Cuaresma, o no la ha celebrado bien. Con todo, hemos de pedir a Dios, nuestro Padre, el don de aprovechar, al máximo, estos días santos.
No podemos olvidar que ¡las fiestas de los cristianos tienen punto central, en las celebraciones de la Iglesia y en el corazón de los fieles! Por tanto, estos días no podemos contentarnos con ir a esta o aquella Procesión. Y ya está. No, ¡hay que participar también en las celebraciones de nuestras iglesias! Qué necesidad tenemos de que, poco a poco, vayamos comprendiendo el significado de las procesiones, que no tienen sentido sin conexión con los actos de culto, de los cuales proceden, o a los cuales introducen.
Una de las procesiones más hermosas es la del Domingo de Ramos, que forma parte de la Liturgia del día. En ella, no se trata sólo de recordar la Entrada de Jesús en Jerusalén, sino más bien, de actualizarla, revivirla, y de dar testimonio de que Jesús de Nazaret es el Mesías-Rey, descendiente de David, el Hijo del Altísimo, y al que aclamamos diciendo: “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. ¡Se trata de mejorar nuestro seguimiento!
Este día, los judíos llevaban a casa el cordero, que se tenía que sacrificar en la Pascua. Y, precisamente, este domingo, entra en su casa, en Jerusalén, “el Cordero de la Pascua Nueva”, “el que quita el pecado del mundo”.
En todas las celebraciones de hoy se recuerda y se celebra, de algún modo, la Entrada de Jesús en Jerusalén: con la Procesión, en torno a la Misa principal o, de una manera más sencilla, según convenga al mejor servicio de la comunidad, que se reúne. A continuación, tiene lugar “la Misa de Pasión”, cuya lectura más importante es la Pasión del Señor según el evangelista de cada año; éste, la de S. Marcos.
De este modo, el Domingo de Ramos nos centra en la Semana Santa: La Entrada triunfal de Cristo en Jerusalén prefigura su Resurrección gloriosa, que celebraremos, llenos de alegría, el Domingo de Pascua; y la Misa de Pasión nos centra en la Cruz o, mejor, en la Pasión del Señor, que es el centro de la semana.
El Santo Hermano Pedro recordaba que su madre lloraba cuando se leía estos días, en casa, el relato de la Pasión de Jesucristo. Y así sucedía a mucha gente en los siglos pasados. ¡No deberíamos olvidarlo!
Termino con el deseo ferviente de que, ante el don de Dios, que constituye la Semana Santa para todos y cada uno de nosotros, sepamos corresponder acogiendo al Señor en nuestro corazón, especialmente, por la recepción de los sacramentos, y transmitiendo, de un modo o de otro, su mensaje, con un testimonio convincente, de palabra y de vida.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
No sé si habrá en el mundo una fiesta que se celebre tanto: 40 días de preparación, la Cuaresma, y 50 de celebración, La Pascua y el Tiempo Pascual. ¡Así es la fiesta principal de los cristianos!
Y ya sabemos que una fiesta que no se prepara, o no se celebra, o sale mal. Por eso, habrá personas que, en esta Semana Santa, lamenten que el clima espiritual no es muy grande, que debería haber más gente en las celebraciones, que la participación tendría que ser mayor, que el compromiso de vida y el testimonio cristiano son un tanto débiles… Es normal, porque mucha gente no ha celebrado la Cuaresma, o no la ha celebrado bien. Con todo, hemos de pedir a Dios, nuestro Padre, el don de aprovechar, al máximo, estos días santos.
No podemos olvidar que ¡las fiestas de los cristianos tienen punto central, en las celebraciones de la Iglesia y en el corazón de los fieles! Por tanto, estos días no podemos contentarnos con ir a esta o aquella Procesión. Y ya está. No, ¡hay que participar también en las celebraciones de nuestras iglesias! Qué necesidad tenemos de que, poco a poco, vayamos comprendiendo el significado de las procesiones, que no tienen sentido sin conexión con los actos de culto, de los cuales proceden, o a los cuales introducen.
Una de las procesiones más hermosas es la del Domingo de Ramos, que forma parte de la Liturgia del día. En ella, no se trata sólo de recordar la Entrada de Jesús en Jerusalén, sino más bien, de actualizarla, revivirla, y de dar testimonio de que Jesús de Nazaret es el Mesías-Rey, descendiente de David, el Hijo del Altísimo, y al que aclamamos diciendo: “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. ¡Se trata de mejorar nuestro seguimiento!
Este día, los judíos llevaban a casa el cordero, que se tenía que sacrificar en la Pascua. Y, precisamente, este domingo, entra en su casa, en Jerusalén, “el Cordero de la Pascua Nueva”, “el que quita el pecado del mundo”.
En todas las celebraciones de hoy se recuerda y se celebra, de algún modo, la Entrada de Jesús en Jerusalén: con la Procesión, en torno a la Misa principal o, de una manera más sencilla, según convenga al mejor servicio de la comunidad, que se reúne. A continuación, tiene lugar “la Misa de Pasión”, cuya lectura más importante es la Pasión del Señor según el evangelista de cada año; éste, la de S. Marcos.
De este modo, el Domingo de Ramos nos centra en la Semana Santa: La Entrada triunfal de Cristo en Jerusalén prefigura su Resurrección gloriosa, que celebraremos, llenos de alegría, el Domingo de Pascua; y la Misa de Pasión nos centra en la Cruz o, mejor, en la Pasión del Señor, que es el centro de la semana.
El Santo Hermano Pedro recordaba que su madre lloraba cuando se leía estos días, en casa, el relato de la Pasión de Jesucristo. Y así sucedía a mucha gente en los siglos pasados. ¡No deberíamos olvidarlo!
Termino con el deseo ferviente de que, ante el don de Dios, que constituye la Semana Santa para todos y cada uno de nosotros, sepamos corresponder acogiendo al Señor en nuestro corazón, especialmente, por la recepción de los sacramentos, y transmitiendo, de un modo o de otro, su mensaje, con un testimonio convincente, de palabra y de vida.
¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!
No hay comentarios:
Publicar un comentario