ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR: Fiesta del Bautismo del Señor


El agua es un elemento muy importante, esencial, para la vida. Cuando falla el agua en casa, ¡vaya problema! No es ahora el momento de tratar ampliamente el tema del agua, de su presencia y de su función a lo largo de toda la Historia Santa, sino sencillamente, como materia del Bautismo.

Del agua tratan las lecturas de la Liturgia de esta Fiesta. En el Evangelio, Juan el Bautista se nos presenta como el que ha “bautizado con agua”, y anuncia al que “bautizará con Espíritu Santo”.

“Por entonces, nos dice el Evangelio de hoy, llegó Jesús desde Nazaret de Galilea, a que Juan lo bautizara en el Jordán”. Y cuando esto sucede, el agua de aquel río sagrado y de todo el universo, queda purificada y santificada; apta para el Bautismo en el Espíritu. “Apenas salió del agua, -continúa diciendo el Evangelio- vio rasgarse el Cielo y al Espíritu bajar hacia Él como una paloma. Y se oyó una voz del Cielo: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”.

Por tanto, se abre el Cielo ante Jesús, que viene para abrir las puertas del Cielo y para traer a la tierra el Reino de los Cielos. Y el Espíritu Santo no viene sobre Él como sobre los profetas, sino que viene a Él y “se queda con Él”; lo unge abundantemente y lo consagra para que realice su misión salvadora, su función mesiánica; y le acompaña en adelante. Jesús será siempre “el que tiene el Espíritu Santo”, el que se deja conducir por el Aliento de Dios; y, por su Muerte y su Resurrección, se convertirá en “el Dador del Espíritu Santo”, “fuente de agua que salta hasta la vida eterna”. (Jn 7, 37-39). ¡Es la gran novedad del Nuevo Testamento!

¡Y con esta fiesta preciosa concluye el Tiempo de Navidad! Por eso, salimos hoy de este Tiempo, centrando nuestros ojos en Jesucristo que comienza su actividad mesiánica. Y vamos contemplando poco a poco, en el Tiempo Ordinario, sus primeras palabras, la elección de sus primeros discípulos, la narración de sus primeros milagros…, hasta que comience la Cuaresma. Él nos revela y nos ofrece el nuevo Bautismo, el Bautismo cristiano. Y este sacramento va precedido por la búsqueda de Dios, la sed del Dios vivo y la conversión del corazón, de que nos habla la primera lectura de hoy. Hace falta abrir los ojos y el corazón para acoger el triple testimonio: del agua, de la Sangre y del Espíritu Santo, que escuchamos en la segunda lectura.

Sin embargo, estamos acostumbrados al Bautismo de niños, donde no se realiza esta acogida personal. No es entonces posible. Por eso son bautizados con la condición expresa de que sus padres y padrinos se comprometan seriamente a educarlos como cristianos, para que, poco a poco, vayan acogiendo y desarrollando la “vida nueva”, la “vida según el Espíritu”. Con frecuencia esto no se hace. Y entonces, el sacramento de la fe se convierte en camino hacia la increencia. La disciplina de la Iglesia nos advierte que “no es lícito” bautizar a un niño cuando no se tienen suficientes garantías de que va a ser educado como cristiano (C. 868, 2º). Por eso urge revisar siempre nuestra práctica bautismal, como ya se hace, aunque, tantas veces, de una manera muy tímida. De este modo, “el Bautismo de los párvulos”, que la Iglesia adoptó desde tiempos muy remotos y que continúa manteniendo con vigor, seguirá haciendo posible que la liberación del pecado original y la vida de Dios, lleguen cuanto antes a los recién nacidos, con todas sus consecuencias.

Hoy es un día muy apropiado para reflexionar sobre todas estas cosas, y para renovar nuestro Bautismo, de modo que se siga haciendo realidad en nosotros y en toda la Iglesia lo que proclamamos en el salmo: “Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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