ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. La Inmaculada Concepción


¡En medio del Tiempo de Adviento, cuánto nos ayuda esta Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María! Parece como si estuviera pensada, expresamente, para nuestra preparación para la Navidad. Por eso me parece que sería bueno encuadrar nuestra contemplación de este misterio de la Virgen, en el tiempo de Adviento.

En efecto, la Solemnidad, que celebramos, nos ayuda a comprender mejor la necesidad de un Salvador, nos indica cómo prepararnos para su Venida en la Navidad, y nos dice, incluso, cómo tiene que ser toda nuestra vida cristiana.

En la primera lectura contemplamos cómo el hombre rompe con Dios, pierde su condición de hijo, y aparece el sufrimiento, el mal y la muerte. ¡Es el pecado original!

De esta forma, se mete en un callejón sin salida: ha podido alejarse de Dios, pero ahora, por sí mismo, no puede volver a Él. Tendrá que venir Dios mismo a salvarle. ¡Se necesita, por tanto, un Salvador!

Y no sólo lo necesitaron nuestros primeros padres, sino todo hombre y toda mujer. A todos nos llegan las consecuencias de un pecado que no cometimos. Y la misma sociedad experimenta, de algún modo, “el misterio del mal”, las consecuencias del pecado, y la necesidad de un libertador.

¿Y qué es celebrar la Navidad sino saltar de gozo, al contemplar al Salvador que llega?

De este modo, comprendemos mejor la necesidad de prepararnos bien para esta gran festividad que se acerca. ¿Y cómo hacerlo? ¿De qué mejor manera que como Dios mismo preparó a la Virgen María, desde el momento de su Concepción? En efecto, cuando el alma de la Virgen se va a unir a su cuerpo, en el seno de su madre, Dios interviene y la preserva del pecado original y la llena de gracia. Por eso hablamos de Concepción Inmaculada, es decir, sin mancha. En el Evangelio de hoy escuchamos cómo el ángel la saluda como la llena de gracia. Así, nosotros, en nuestra preparación para la Navidad, tenemos que esforzarnos por liberarnos de todo pecado y crecer en santidad.

Hoy contemplamos, por tanto, a María, toda limpia, toda hermosa. Y la Iglesia entera proclama en este día: "Todo es hermoso en ti, Virgen María, ni siquiera tienes la mancha del pecado original".

Cuando los poetas se han acercado a este misterio de María, se han quedado sin palabras: "Bien lo sé yo, musa mía, el gran himno de María no lo rima ni lo canta miel de humana poesía ni voz de humana garganta”. Y también: “Sol del más hermoso día, Vaso de Dios puro y fiel. ¡Por ti pasó Dios, María! Cuán pura el Señor te haría, para hacerte digna de Él”. (Gabriel y Galán).

“Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya”, escuchamos también en la primera lectura. De este modo, descubrimos aquí como toda nuestra vida cristiana tiene que ser una lucha constante por vencer al pecado y crecer en santidad. En la segunda lectura escuchamos cómo el Señor “nos eligió, antes de crear al mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor”.

Es, pues, grande y hermosa esta solemnidad. Por todo ello, unidos a toda la Iglesia, proclamamos con el salmo responsorial: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas”. ¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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