ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 5º del T. Ordinario B


¡Qué bien nos presenta S. Marcos la figura de Jesucristo! Cuánto nos enseña a nosotros, hombres y mujeres de esta época de la Nueva Evangelización, en la que tenemos que presentar a Jesucristo con “nuevo ardor, nuevos métodos, nueva expresión”; cuando tantos se van de la Casa del Señor, de la Iglesia, cuando tantos se alejan de Él, S. Marcos nos dice hoy que Pedro y sus compañeros, al encontrarle orando, le dicen: “Todo el mundo te busca”. ¿A qué se debe esta enorme diferencia?

Aquella gente había llegado a una doble conclusión: la primera es que tienen necesidad de muchas cosas, son pobres y enfermos muchos de ellos; la segunda es que Jesucristo, y sólo Él, puede ayudarles; a Él no se le resiste ningún mal. Por eso le buscan, le escuchan, le siguen. “Al anochecer, cuando se puso el sol, dice el Evangelio de hoy, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta”. Es la dura realidad del sufrimiento humano que nos presenta el Libro de Job en la primera lectura, y nos recuerda hoy la Campaña Contra el Hambre en el Mundo. Sin embargo, al hombre de nuestro tiempo se le hace muy difícil comprender la relación que existe entre la práctica religiosa y el progreso y el bienestar del hombre y de la sociedad, más aún, de toda la humanidad, y piensa que es capaz, por sí mismo, de edificar la ciudad terrena, de organizar sólo con sus medios y sus fuerzas, la vida de la sociedad en sus diversas dimensiones. Los falsos postulados del marxismo no desaparecieron del todo con la caída del Muro, porque, como escribía el Cardenal Ratzinger, aquello no fue el resultado de “una conversión”, sino “la constatación de un fracaso”.

Por aquel camino, se llega a pensar que Dios no hace falta; más todavía, que estorba; que no vale para resolver los problemas, a veces angustiosos, que afligen a la humanidad. Incluso, que la religión distrae a la gente de lo real, que es la lucha por su progreso y su bienestar y, además, nos agobia y hasta nos paraliza con sus pretensiones éticas y con su reproche moral. Por todo ello, uno de los objetivos fundamentales de la Nueva Evangelización consiste en ayudar a descubrir al hombre de nuestro tiempo, más allá de toda duda, su “radical necesidad de Dios”. Cuando el Vaticano II nos habla de los desequilibrios del mundo moderno, nos enseña que éstos hunden sus raíces en otro desequilibrio más profundo, que está situado en el corazón del hombre (G. Spes, 10); y nos advierte que “el porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar” (G. et Spes, 31). Y por aquí se comienza a comprender la necesidad de Dios. Ya el Libro de los Salmos nos advierte: “Los que se alejan de ti se pierden”(73,27). Y cuántas realidades humanas se van perdiendo en nuestros días, en que al hombre se le ocurrido alejarse de Dios. Más todavía, ¿no es la sociedad, la humanidad misma, la que está, tantas veces, en peligro de perderse? El mismo Libro de los Salmos nos advierte también que si “el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas” (127,1); que tantas cosas que nos preocupan e, incluso, nos agobian, Dios las “da a sus amigos mientras duermen” (127,2).

Que Dios vuelva a ocupar su puesto en el mundo y en la Historia fue el gran empeño del Papa Benedicto XVI. Por eso, el slogan de su último viaje a Alemania era: “Donde está Dios, allí hay futuro”.

En resumen, se trata estudiar y decidir, con sumo cuidado, cómo debe construirse el presente y el futuro del hombre y de la sociedad. “no vaya a ser que se repita el error de quién, queriendo construir un mundo sin Dios, sólo ha construido una sociedad contra el hombre" (Juan Pablo II. Mensaje Obispos de Europa).

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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