ECOS DEL DIA DEL SEÑOR ​Domingo 2º del T. Ordinario B

“Descubrir a Cristo nuevamente, y cada vez mejor, es la aventura más maravillosa de nuestra vida”, escribía San Juan Pablo II a los jóvenes que iban a reunirse con él en Santiago de Compostela, en la IV Jornada de la Juventud. Y eso es lo que se experimenta cuando uno se encuentra por primera vez con el Señor, o cuando conoce o acompaña a alguien que le encuentra, o le ha encontrado. La verdad es que todo cambia entonces de sentido: los valores que uno tenía se trastocan, se contempla todo con una luz nueva, la vida misma es la que cambia de rumbo. Pero ¿cuántos han tenido ese tipo de encuentro con el Señor? Muchos, ciertamente. Pero también es posible ser cristiano, incluso medianamente practicante, y no haber tenido un verdadero encuentro con Él. Por eso es tan importante la Liturgia hoy.

​El pasado Domingo, salíamos de la Navidad fijando nuestros ojos en Jesucristo, que iniciaba su Vida Pública. A lo largo de esta semana hemos venido escuchando sus primeras palabras, contemplando la elección de sus primeros discípulos, sus primeros milagros, sus primeros gestos y formas de vida.

​Juan el Bautista es muy consciente de la misión que Dios le ha encomendado: preparar al Señor un pueblo bien dispuesto, y señalarle presente entre los hombres, de modo que todos pudieran conocerle y seguirle. En el Evangelio de hoy contemplamos cómo presenta a Jesucristo a dos de sus discípulos. Y de aquella presentación, surge en ellos el deseo de conocerle: “Rabí, ¿dónde vives?” Y Jesús les invita a su casa: “Venid y lo veréis”. Y se pasan aquel día con Él. 

​No ha trascendido nada de lo que vieron y hablaron, pero muy importante tuvo que ser cuando salen diciendo a los demás: “¡Hemos encontrado al Mesías!” Y anotan la hora: “Serían las cuatro de la tarde”. Es la hora del encuentro, del descubrimiento de Jesucristo, una hora, un lugar, unas personas, unas circunstancias, que no se olvidarán nunca; que marcan en la existencia, un antes y un después. Y a eso nos invita el Señor este domingo: a un encuentro con Él, a avivar nuestra fe, a avanzar en nuestro seguimiento, a renovar “el amor primero” (Ap 2, 4), a renovar nuestro descubrimiento.

Hoy constatamos también la importancia que tienen en nuestra vida las mediaciones humanaspara encontrar al Señor, escuchar su voz y descubrir su voluntad. Lo contemplamos en Juan el Bautista, y también en el sacerdote Elí que le dice a Samuel: “Anda, acuéstate; y, si te llama alguien, responde: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”. De este modo, aquel muchacho puede encontrarse con Dios y conocer su voluntad. (1ª lect.). ¡Será el profeta Samuel! También lo contemplamos en Andrés que encuentra a su hermano Simón y le dice: “Hemos encontrado al Mesías. Y lo llevó a Jesús”. ¡Será Simón Pedro! Y, normalmente, más tarde o más temprano, surge en nuestra vida algún Juan, algún Elí o algún Andrés, que nos lleva al Señor. También Él nos llamaeste domingo a seguir aquel ejemplo, y a invitar a los hermanos a su encuentro, a su descubrimiento; para que también hoy, se formen muchos enlaces entre unos y otros, como los de este texto y sus versículos siguientes, y se vayan multiplicando los encuentros con Cristo. Más todavía, ¡es urgente hacerlo! ¿Y qué podemos hacer en la vida más provechoso que eso? Se ha dicho que anunciar a Jesucristo a un hermano, llevarle a su encuentro, es el favor más grande que podemos hacerle.

​Todos vemos con gozo cómo se van multiplicando por todas partes, los retiros, los ejercicios espirituales, las catequesis de adultos, los cauces de formación espiritual, los grupos de oración y tantos otros medios que buscan esa finalidad. Y también ahora, se van abriendo distintos cauces para la Nueva Evangelización en nuestra Iglesia Diocesana.

​¡Todo esto constituye una llamada a la esperanza! 

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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