ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. Domingo 33º del T. Ordinario A


La parábola de los talentos despierta siempre nuestra atención e interés y nos llama al sentido de la responsabilidad ante los dones que hemos recibido de Dios. La parábola está situada en el contexto de la Venida Gloriosa del Señor, que cada año, por estas fechas, recordamos y celebramos. Y este año la escuchamos además, en el marco de la Jornada de la Iglesia Diocesana.

El Evangelio propio del domingo 32º A, es la parábola de las diez vírgenes, y responde a la pregunta: “¿Cuándo vendrá el Señor? La respuesta la da el mismo Jesucristo: “Velad porque no sabéis el día ni la hora.” Es lo mismo que nos advierte S. Pablo en la segunda lectura de hoy.

La parábola de los talentos de este domingo, responde a otra pregunta: “Y mientras llega el Día del Señor, ¿qué tenemos que hacer?” “Negociad mientras vuelvo”, leemos en San Lucas en un texto parecido (Lc 19,13).

El Evangelio nos explica que los empleados que habían recibido cinco y dos talentos, negociaron con ellos y consiguieron otro tanto. Por eso, cuando, después de mucho tiempo, vuelve su señor, recibieron la alabanza y la recompensa que merecían; pero el que había recibido uno y no negoció con él, es el que recibe la reprobación y el castigo.

Es interesante recordar que un talento equivalía a 6000 denarios, y un denario era lo que cobraba un obrero por un día de trabajo, de sol a sol. Los cinco talentos equivalía, por tanto, a unos 80 años de trabajo. Incluso, al que le dieron un talento, recibió lo que correspondía a 6000 días. Una cantidad muy importante.

El día de su Ascensión, Jesús se marchó “visiblemente” al Cielo, y dejó sus bienes, los tesoros de la salvación, a los apóstoles y, por ellos, a toda la Iglesia; y por la Iglesia, a cada uno de nosotros. Dice S. Pablo: “El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros” (Ef 1, 8). Junto a esos bienes nos ha dado numerosos dones en el orden de la naturaleza y de la gracia. De esos dones, unos son para nosotros, y otros son para los demás, para la comunidad, para la Iglesia. Son los llamados “carismas”. Este es un tema muy importante y muy poco conocido por el pueblo cristiano. Sin embargo, el Papa San Juan Pablo II, en la Jornada de la Juventud de Santiago (agosto 1989), decía a los jóvenes que era necesario conocer los dones que el Señor les había concedido para los demás, para la Iglesia. Escribía San Pedro: “Que cada uno, con el don que ha recibido, se ponga al servicio de los demás, como buenos administradores de la múltiple gracia de Dios"(1Pe 4, 10).

Jesucristo volverá como nos ha dicho; y ese Día grande y glorioso, tendremos que darle cuenta de la “administración” de los bienes que nos ha dejado.

Este domingo se nos recuerda todo eso y se nos urge realizar la tarea que nos ha sido confiada: anunciar el Evangelio al mundo entero, llevar los tesoros de la salvación a todos los seres humanos.

Por tanto, desde la Ascensión hasta la segunda Venida de Cristo, es el tiempo del trabajo, de “negociar con los talentos”; es “el tiempo de la Iglesia”, que ha recibido del Señor aquella misión. Y hemos de hacerlo con el interés, la ilusión y el sentido de la responsabilidad, de “la mujer hacendosa” de la primera lectura. Lo recordamos, especialmente, este domingo, en que celebramos el Día de la Iglesia Diocesana. En esta Jornada, la Iglesia nos parece como más cercana, más concreta, más familiar… Con nombres y números. ¡Como un edificio en construcción! ¡Feliz Día de la Iglesia Diocesana! ¡Feliz Día del Señor!

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