ECOS DEL DIA DEL SEÑOR. Domingo 28º del T. Ordinario A


Durante algunos domingos nos hemos venido preguntando por qué tiene el Señor que prescindir del pueblo de Israel, al que había elegido con un infinito amor, y formar un nuevo pueblo. A este interrogante tan importante trata de responder Jesucristo con tres parábolas que presenta a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, y que estamos escuchando y comentando estos domingos. Hoy llegamos a la tercera.

Se trata de un rey que celebraba la boda de su hijo. Nunca compara Jesús su Reino a cosas pobres, tristes…, sino todo lo contrario. Hoy lo compara a unas bodas. Y ya sabemos cómo se celebraba una boda en Israel, en tiempos de Jesucristo. ¿Y qué boda está celebrando el Rey celestial? La de su Hijo Jesucristo. ¿Y con quién va a “desposarse”? Con toda la humanidad. Por eso, en el Evangelio, Jesucristo se llama a sí mismo “el novio”. (Mc 2,19). ¿Y quiénes estaban invitados? Todos los que pertenecían al pueblo de Israel. Y sucedió que mandó criados para avisar a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, y los convidados volvieron a hacer lo mismo. Es más, algunos llegaron al extremo de echarles mano y maltratarlos, hasta matarlos. ¿Y qué pasó? Que “el rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad”.

Y todo esto, ¿qué significa? Lo que ya comentábamos el domingo pasado sobre una parábola muy parecida: los criados son los profetas, a quienes no hacían caso, y, a veces, los maltrataban y los mataban. Por tanto, es lógico que el Rey diga a los criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales”. Esto quiere decir que el Señor ha dejado al pueblo de Israel, por imposible, y ha formado otro pueblo, constituido no ya por judíos, sino por todos: judíos y gentiles; un pueblo que responda mejor a sus llamadas, a sus invitaciones. Es la Iglesia, a la que llamamos Esposa de Cristo. Y este pacto nupcial será ratificado con su Sangre, derramada en la Cruz. Es la Sangre de la “Alianza nueva y eterna”. San Pablo, escribiendo a los efesios, les dice: “Él se entregó a sí mismo por ella, (la Iglesia) para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la Palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada…”. (Ef 5, 25-27). Pero no se puede pertenecer a la Iglesia de cualquier manera. Dice la Parábola que “cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?” Y lo expulsó. No basta, como decía, con pertenecer a la Iglesia; hay que llevar el “vestido de fiesta”. El Vaticano II nos advierte que “no se salva el que no permanece en el amor, aunque esté incorporado a la Iglesia, pues está en el seno de la Iglesia, con el “cuerpo”, pero no con el “corazón”. (L. G. 14).

La celebración de estas bodas tendrá su punto culminante y definitivo en el Cielo, cuando el Jesús vuelva en su gloria. En efecto, El Espíritu y la Esposa dicen sin cesar: ¡Ven! (Ap 22,17). Entonces nos reunirá en torno a otra mesa, mucho más grande y más amplia, para el banquete definitivo, del que nos habla la primera lectura: “Aquel día se dirá: Aquí está nuestro Dios de quien esperábamos que nos salvara: celebremos y gocemos con su salvación…”

Y porque todo esto es y será así, proclamamos en el salmo responsorial de este domingo: “Habitaré en la casa del Señor, por años sin término”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Presidenta de Vida Ascendnete de la Diócesis de Canarias

Los obispos José Mazuelos y Cristóbal Déniz se han reunido con Costanza de los Ángeles Rodríguez, nueva presidenta de la asociación Vida Asc...