ECOS DEL DÍA DEL SEÑOR. SOLEMNIDAD DEL CORPUS


La Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, el “Corpus”, es una Fiesta preciosa. El Jueves Santo celebrábamos la Institución de la Eucaristía en medio del espíritu propio de aquellos días de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. La Eucaristía, decíamos, es el Memorial de la Muerte y Resurrección de Cristo. Ahora, terminadas las fiestas pascuales, esta Solemnidad nos invita a centrar nuestra atención de nuevo en este Misterio, sobre el que nunca meditaremos bastante.

Todos recordamos muchas celebraciones del Corpus, desde que éramos niños hasta ahora. Unas más festivas, otras menos. Unas con alfombras, otras sin ellas. ¡Y dejan tantos recuerdos, tantas huellas en el alma!

Una alfombra puede ser el símbolo de esta gran Solemnidad: Horas y horas de dedicación y esfuerzo para el instante en que el Señor “pasa” en procesión sobre ella. ¡Y se terminó la alfombra! ¡Eso no se comprende fácilmente! Pero la gente dice: “¡Es que la habíamos hecho para el Señor…!

¿Y quién es el que recibe un homenaje así? ¡El Hijo del Dios vivo! ¡El Señor del Universo! ¡El Rey de la Gloria!, real y misteriosamente presente en medio de nosotros.

Estos días recordamos la doctrina de la Eucaristía, que se puede resumir en tres palabras: Presencia, Sacrificio y Banquete.

En esta Fiesta, desde que se inició, se subraya la Presencia real de Cristo en la Eucaristía, que debe ser objeto de adoración y culto, también fuera de la Santa Misa. Es la clave para entender la Procesión del Corpus. Cada año, de los tres en que se divide la Liturgia de la Iglesia, la Palabra de Dios nos invita a centrarnos en un aspecto concreto del Misterio Eucarístico. En este Año, al que llamamos 1º ó A, centramos nuestra atención en la Eucaristía como Banquete, como alimento: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”, nos dice el Señor en el Evangelio de hoy.

Este es un tema apasionante y, al mismo tiempo, un tanto desconocido. En resumen, viene a responder a una cuestión fundamental: ¿Cuántas vidas tenemos los cristianos? Además de la vida humana, ¿no hemos recibido en el Bautismo una vida nueva? Efectivamente, ¡la vida de Dios! Una participación creada del Ser de Dios, de la vida de Dios, de la naturaleza divina, se infundió aquel día en nosotros. ¡Qué impresionante es todo esto!

¿Y quién no entiende que una vida no puede sostenerse sin alimento? “No sólo de pan vive el hombre”, escuchamos en la primera lectura de hoy; y en el Evangelio Jesús nos dice: “Os aseguro que si no coméis la Carne del Hijo del Hombre y no bebéis su Sangre, no tendéis vida en vosotros…” ¡Es evidente! Por todo ello, ya podemos amontonar excusas para no recibir la Comunión. Todas se estrellan contra esta muralla: “¡Sin Eucaristía no hay vida de Dios en nosotros!”. Y eso vale, incluso, para los enfermos. Por eso, desde el principio mismo de la Iglesia, al llegar el momento de la Comunión, los que estaban presentes recibían el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y los diáconos llevaban la Comunión a los ausentes. Por todo ello, también ahora procuramos que los niños reciban la Primera Comunión cuanto antes; que los enfermos reciban también, con cierta frecuencia, el Cuerpo de Cristo; y que a los moribundos no les falte “el Viático”, es decir, la última Comunión Solemne, para que el Señor les acompañe en el paso a la Eternidad.

¡Cuántas cosas podríamos seguir diciendo! Sólo nos queda espacio para acoger una: La que nos ofrece S. Pablo en la segunda lectura: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque comemos todos del mismo Pan”. ¡Es evidente! Decía el Papa Pablo VI en la Fiesta del Corpus del año 1969: “Se trata de una doble Comunión: Con Cristo y entre nosotros, que en Él, nos hacemos y somos hermanos”. Por eso no podemos comulgar el Cuerpo de Cristo, cuando no estamos en comunión con los hermanos.

El Día Nacional de Caridad, que celebramos este día, es algo que arranca de las mismas entrañas del Misterio Eucarístico. Y en medio de esta crisis económica tan grande y dolorosa, ¿cómo podremos comulgar hoy con los hermanos?

Termino esta reflexión con una antífona eucarística muy bella: “¡Oh Sagrado Banquete en el que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura!”.

¡FELIZ DÍA DEL SEÑOR!

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